El maravilloso proceso que va desde la siembra de una simple semilla hasta la cosecha de un fruto es incorporado temprano en nuestras vidas durante la escuela primaria con la tarea del famoso germinador (un poroto o una semilla de maíz puesta en recipiente con papel secante y humedecida periódicamente). Aunque cotidiano y aparentemente simple, el proceso encierra complicados mecanismos de la creación que la ciencia ha revelado con un detalle extraordinario.
En la Biblia, tanto en el antiguo como en el nuevo testamento, existen numerosas referencias a esta relación entre siembra y cosecha, que permitieron a reyes, profetas y hasta el propio Jesús, enseñar cómo esta ley natural tiene un tremendo impacto en el mundo espiritual.
En nuestra serie de Grupos Pequeños hemos visto varios aspectos de la siembra y la cosecha.
Entre otros:
i) el requisito de que la semilla debe ser sembrada,Todos ellos nos han ayudado a un mejor entendimiento de esta ley.
ii) el inevitable proceso de “muerte” de la semilla para convertirse en planta,
iii) la vinculación entre la especie que se siembra y el fruto a cosecha y,
iv) la cantidad de semilla a sembrar.
Sin embargo, creo que es oportuno estar atento a interpretaciones erróneas o simplificaciones peligrosas que no ayudan a mejorar nuestra vida espiritual y, en el peor de los casos, nos frustran y nos hacen retroceder en términos de nuestra relación con Dios.
Uno de estos desvíos está relacionado con el concepto de “prosperidad” que en muchas oportunidades escuchamos por radio o TV y que, lamentablemente, ha encontrado seguidores que ingenuamente caen en la trampa el enemigo.
La estrategia satánica que subyace en aquel mensaje se basa en dos falacias.
La primera es presentar al cristiano en un rol de receptor permanente de todos los beneficios materiales que el sistema que gobierna el mundo propone. Así, nos ponemos en el centro de todo circunstancia y todo debe girar alrededor nuestro para satisfacer no solo las necesidades básicas (lo cual sería correcto) sino nuestros deseos, lujos, y extravagancias que en forma engañosa los medios de comunicación nos presentan como “necesidades para lograr la felicidad”. Esto exacerba nuestro egoísmo e “hiere de muerte” la solidaridad y el servicio al prójimo, una clara orden de nuestro Señor que debería regir nuestras relaciones. El verdadero centro debería ser Cristo y nosotros una herramienta del Señor en este mundo para cubrir las necesidades reales de nuestro prójimo.
La segunda falacia, es lo que yo llamaría la lógica del casino, cuando más “apuesto” más “obtengo”. La Biblia no habla de esto, sino que habla de dar conforme a lo recibido (i.e., diezmos) y con agradecimiento (i.e., ofrendas). Así, el enemigo nos entretiene en la búsqueda de una satisfacción que nunca llega y a su vez cancela o limita drásticamente nuestro crecimiento espiritual.
Cuando la palabra dice “buscad primero el reino de Dios y todo lo demás será añadido” nos esta mostrando la estrategia que Dios nos Propone para alcanzar el éxito en términos cristianos: ejecutar fielmente Su plan para nuestra vida.
Inevitablemente, la ley de siembra y cosecha funciona para el cristiano, pero funciona en el marco de una búsqueda permanente del carácter de Cristo en nuestra vida y anhelo de los dones que El tienes disponible para cada uno de nosotros.
En síntesis, caminar con Dios es la mejor aventura que un ser humano puede experimentar, una aventura en donde la ley de siembra y cosecha se cumple en forma permanente.
Sin embargo, debemos conocer tanto los beneficios como los costos de nuestra relación espiritual con Nuestro Dios.
Un buen comienzo es:
i) reconocer lo que El ya nos ha permitido cosechar y,
ii) buscar Su instrucción y guía para identificar la verdadera semilla a sembrar.
Con El en el control de nuestras vidas, todo lo que ocurre entre la siembra y la cosecha, el proceso completo, es al fin y al cabo el transcurso de la vida cristiana.
Dios los bendiga.
Oscar Valentinuz
Fuente: Anuario CFC 2009 - El Año de la Excelencia